Recordamos en tres capítulos las vicisitudes de el equipo formado por Javier Herrador y Vanessa Canseco durante su participación en la edición vigesimosexta de la carrera.
Por Javier Herrador.
Creo que mi experiencia este año en la XXVI edición del Dakar podría titularla “EN EL UMBRAL DEL DOLOR”. Es curioso comprobar como cuando uno tiene que hacer un esfuerzo por encima de lo normal para conseguir algún objetivo, el resultado no se disfruta tanto. Cualquier meta que nos fijemos debe requerir el esfuerzo justo. Tengo que reconocer que este año Patrick Zanirolli acabó física y psicológicamente con nosotros. Es difícil describir la sensación que une sufre cuando en la mayoría de las etapas a las 3 horas de haber tomado la salida tan sólo llevas completados escasos 100 kms. y sabes que quedan otros 700 kms. Esto, un día tras otro acaba con la paciencia y la resistencia de cualquiera. Me gustaría hablar además del aspecto deportivo, del aspecto humano de la carrera. En la edición anterior del Dakar como muchos recordarán, mi participación fue con tan poco presupuesto que no contraté asistencia ni transporte de material en ningún camión. Este año, el presupuesto creció un poco pero tan sólo dio para alquilar el espacio suficiente en un camión de Tibau para los neumáticos, algo de repuesto y las bolsa con ropa, tienda y sacos de dormir. Es obvia la diferencia pero no quiero referirme a eso, quiero explicar lo gratificante e importante que llega a ser contar con unas caras conocidas en el campamento que te están esperando y que cada mañana al partir te desean toda la suerte del mundo. Creo que en ese sentido el equipo de Tibau formado por Antonio, Bea, Momo, David, Rafa y Luis ha sido un ingrediente necesario para poder llegar a Dakar. Por ello me gustaría me permitieseis un pequeño consejo a aquellos que estén pensando en participar en próximas ediciones, y no es otro que incluir esta partida como obligatoria en vuestro presupuesto.
Para empezar a narrar mi Dakar me gustaría centrarme en los problemas que hemos tenido, que creo que es de lo que todos aprendemos, y si contarlo aquí ayuda a alguien habrá merecido la pena. Los primeros problemas empezaron en la etapa que cubría Er Rachidia-Ourzazate, primero los neumáticos elegidos, unos BfGoodrich no se comportaron nada bien en la dunas de Merzouga, problema que solucionamos a la llegada del campamento montando a partir de ese momento y hasta el final del Rally unos Pirelli Dak, más conocidos como Dakar, pero que por razones de copyright han cambiado ligeramente su nombre. El segundo gran problema y crónico el resto de la carrera fue el filtro de aire. Debido a la falta de tiempo antes del Dakar para entrenar en Marruecos por no tener finalizado el vehículo, no pudimos comprobar que la ubicación de la caja original del filtro de aire de nuestro Toyota, así como la toma de aire estaban colocadas de tal manera que facilitaba la entrada de arena en cantidades verdaderamente preocupantes, hasta al punto de tener que desmontar caja y limpiar filtro hasta en diez ocasiones en una misma etapa. He llegado a oír a pilotos con muchos Dakares a su espalda que el pre dakar, es decir desde febrero a diciembre, es el 80% de la carrera, quizá pueda parecer exagerado pero al menos nos ha hecho reflexionar sobre el reparto de prioridades, ya que nos centramos mucho en los 18 días de la carrera y a veces dejamos de lado los entrenamientos y preparación que evitan que tengamos que abandonar el Dakar por la ya famosa llamada juventud en los coches.
Hay también dos personas de las que no me puedo olvidar, y no me refiero a olvidar mencionarlas, me refiero a olvidar que fueron protagonistas compartidos en el hecho no sólo de haber terminado esta edición si no también de haber conseguido la segunda posición en T1 Diesel. Me refiero a Galán y Adolfo el equipo canario que sirvió de una gran ayuda en muchos sentidos que más tarde ampliaremos, pero quiero hacer especial hincapié en la gran experiencia que fue para mi compartir muchos kilómetros y muchas decisiones juntos. Recuerdo especialmente una, Tidjikja-Nouakchott, se hace de noche y el libro de ruta indica que nos acercamos a un Erg, minutos antes empezamos a ver una verdadera caravana de coches y camiones en dirección contraria, paramos a un camión y le pedimos explicaciones, su respuesta fue que era imposible pasar, que se daban la vuelta para intentar buscar otro paso. Decidimos continuar y poco tiempo después somos testigos de una situación dantesca, en la entrada al Erg varios coches parados sin atreverse a continuar, nos asomamos a pie y observamos una verdadera piscina gigante de arena flanqueada por docenas de luces que dejaban ver coches y camiones totalmente atascados en una zona de dunas que parecía ser el último obstáculo antes de la meta, la cual se encontraba a unos 250 kms. Para asegurarnos que realmente era casi imposible flanquear el paso de dunas de noche, decidimos adentrarnos a pie, y comprobar personalmente como a pocos metros empezaba una verdadera montaña rusa de arena blanda y pisoteada cuyas dunas dibujaban una larga hilera de gigantes subidas y bajadas en forma de V pronunciadísima que hacían imposible coger la carrerilla suficiente en la bajada para afrontar la subida con éxito. Cuando uno se encuentra ante una situación de este tipo, donde estás seguro que intentarlo puede significar no terminar el Dakar, es muy difícil tomar una decisión, pero por suerte con la ayuda de otro equipo parece que la responsabilidad se reparte y es más fácil decidir. Así que lo que decidimos fue intentar rodear el Erg por la derecha, una aventura que resulta tremendamente arriesgada cuando la falta de luz te impide comprobar las dimensiones del Erg. Pero con pies de plomo y con Galán delante sorteamos todo el Erg en algo más de 30 minutos, sin casi pisar una sola duna. Creo decididamente que fue uno de los momentos mas decisivos de toda la carrera y más gratificantes, pues el resultado nos proporcionaba una increíble sensación de haber vencido a un monstruo de la naturaleza.
La tónica general de la carrera en cuanto a compañía se refiere fue la de compartir buenos momentos con Galán y Adolfo y mutuas ayudas en diversas ocasiones. Aunque para hablar de ayuda con mayúscula no podemos dejar de contar la recibida por el Ex campeón del Mundo Ari Vatanen. Nos encontrábamos en la etapa más dura de todas las jornadas, Tidjikja-Nema. Se nos había dado bastante bien, al menos los 300 primeros kms. que por otro lado eran los más rápidos de esa jornada, lo que nos ayudaba a llegar de día a una angosta zona trialera que la organización había recomendado pasarla con luz. Llegamos anocheciendo como consecuencia de la famosa y común perdida de muchos pilotos en un cruce unos pocos kms antes que pudo retrasarnos como 40 minutos. Una vez más Galán y nosotros circulábamos juntos, pero nada más entrar en la trialera una gran zanja de arena en plena curva justo después de pasar una duna nos deja empanzados y obligados a utilizar, palas, planchas y gato. Perdimos algo más de tiempo, pero cuando conseguimos salir decidimos navegar en línea recta hasta el siguiente control de paso a unos 10 kilómetros. Tuvimos suerte y llegamos sin problemas, pero un poco después remontando de nuevo una gran súbida en arena nos encontramos entorpeciendo nuestra trayectoria el coche de Ari Vatanen, McRae y un T4 de Nissan, el segundo que por el susto solté el acelerador en pleno ascenso fue suficiente para que ya no pudiéramos salir de allí. Vatanen se dio cuenta que por su culpa, si él me lo permite, el coche se había enterrado, así que sin dudarlo ni un segundo, se enfundó unos guantes, me quitó la pala de la mano y se metió debajo del coche a quitar arena durante un buen rato, al terminar me pidió que si le dejaba ponerse al volante e intentar sacar el coche y claro….. ¿quién se atreve a decir que no? – para mi es todo un honor Ari – le dije, y sin más como pudo metió sus largas piernas en mi habitáculo, reductora, cortas, primera y al segundo intento me puso el coche en la cresta de la duna listo para seguir y no sin antes decirme que sin prisas ya que habían anulado las dos siguientes etapas. Aunque durante toda la operación mi cuerpo no reaccionaba, si me quedo tiempo para darle al REC de mi cámara de vídeo instalada en el interior del coche y obtener un verdadero y exclusivo documento audiovisual que guardaré con mucho cariño para siempre.
Pero la peor jornada para nosotros estaba por llegar, a 40 kms de la salida de Nouakchott y después de parar para intentar ayudar a Foj, al salir Xavi nos pega un grito de alarma, paramos, damos marcha atrás y nos dice que estamos titando todo el aceite del carter. Cuando bajamos del coche pudimos observar incrédulos como los 7 litros de nuestro Toyota teñían de negro oscuro la arena.¡Que cubo de agua fría!, todavía sin quitarnos los cascos damos por terminado el Dakar. Pero el instinto de supervivencia del espíritu del Dakar que todo piloto lleva dentro nos dice que lo intentemos, así que decidimos desmontar el cubre carter y vemos como el soporte que lo sujeta al chasis ha ido cediendo hasta apoyar en el carter y hundirlo poco a poco hasta rajarlo con cada golpe que habíamos dado contra piedras o dunas, que como podéis imaginaros no fueron pocos, sobre todo cuando uno quita aire de los neumáticos y llevando las suspensión delantera en no muy buen estado. Con el carter seco en su interior limpiamos la zona de restos de aceite y con la milagrosa masilla de dos componentes tapamos la raja de unos 3 centímetros. A los pocos minutos llegó el camión T4 de la Guardia Civil pilotado por Antonio Montero y copilotado por Eduardo Fernández y Máximo Guarisco que a la mínima señal por nuestra parte paró y nos dio los 7 litros de aceite que necesitábamos para llenar completamente de nuevo nuestro motor, el cual tuvimos que envasar provisionalmente en una bolsa de plástico, hasta que la masilla había endurecido, en fin un verdadero engorro que en cualquier caso terminó bien. Creo que ha sido la única vez que a uno le da alegría ver un vehículo de la Guardia Civil. En definitiva creo que Salinero impregna una psicología especial a su equipo de ayuda y apoyo generalizado, digna de mención.
Pero aquí no acabó el día, ya que por la noche y después de haber logrado superar el Erg que antes os contaba con la ayuda de Galán, me quedo dormido literalmente con tal mala suerte que choco contra una piedra rompiendo el trapecio derecho delantero y arrancándolo de cuajo quedando la rueda totalmente pegada contra la carrocería del coche rajándola en 2 trozos debido al nervio en forma de cuchillo que la carrocería del coche presenta. De nuevo y por segunda vez en la etapa decimos adiós a la carrera. Vanessa y yo nos metemos en el coche a esperar el camión escoba, con un nudo en el estomago debido a los nervios y depresión al observar como una año de trabajo y la ilusión de todo un equipo, amigos, mecánicos y familia quedaban a la izquierda de una pista donde se encontraba la que creo que era la última piedra del Dakar y a menos de 300 kilómetros de especial del final. Pero la imposibilidad de dormir en el incomodo asiento del coche y el silencio en el ambiente hizo que lo intentáramos, salimos del coche, desmontamos lo que quedaba sujetando el trapecio: amortiguadores, dirección, rotulas, etc, martilleamos un poco y con las eslingas que sujetaban las ruedas de repuesto conseguimos separar la rueda de la carrocería y que no rozara. El resto a 20 kms por hora creo que cualquiera puede imaginárselo. Llegamos a meta 2 minutos antes de nuestra descalificación, cogimos el cartón, abrimos el camión que ya salía en nuestra búsqueda tras confirmar Galán que habíamos abandonado por ese problema, e hicimos el enlace de casi 80 kms para tomar la salida de la penúltima etapa. A 500 metros de la salida paramos y cambiamos el trapecio que muy amablemente Galán nos prestó. Esta operación duró hora y media pero nos permitió llegar a Dakar. En fin, duro Dakar para los que tuvimos problemas sobre todo y una vez más podemos concluir que en el Dakar tu primer y peor enemigo es tu propio coche.